Una calurosa tarde en Coleman, una familia compuesta por suegros y un matrimonio está jugando al dominó cómodamente a la sombra de un pórtico. Cuando el suegro propone hacer un viaje a Abilene, ciudad situada a 80 km., la mujer dice: “Suena como una gran idea” (pese a tener reservas porque el viaje sería caluroso y largo, pensando que sus preferencias no comulgan con las del resto del grupo). Su marido dice: “A mí me parece bien. Sólo espero que tu mamá tenga ganas de ir.” La suegra después dice: “¡Por supuesto que quiero ir. Hace mucho que no voy a Abilene!”
El viaje es caluroso, polvoriento y largo. Cuando llegan a una cafetería, la comida es mala y vuelven agotados después de cuatro horas.
Uno de ellos, con mala intención, dice: “¿Fue un gran viaje, no?”. La suegra responde que, de hecho, hubiera preferido quedarse en casa, pero decidió seguirlos sólo porque los otros tres estaban muy entusiasmados. El marido dice: “No me sorprende. Sólo fui para satisfacer al resto de ustedes”. La mujer dice: “Sólo fui para que estuviesen felices. Tendría que estar loca para desear salir con el calor que hace”. El suegro después refiere que lo había sugerido únicamente porque le pareció que los demás podrían estar aburridos.
El grupo se queda perplejo por haber decidido hacer en común un viaje que nadie entre ellos quería hacer. Cada cual hubiera preferido estar sentado cómodamente, pero no lo admitieron entonces, cuando todavía tenían tiempo para disfrutar de la tarde.
Historia relatada en la obra “El Elemento” de Ken Robinson (p.196).
Cómo es posible que cuatro personas se pongan de acuerdo para hacer algo que en realidad no desean? En el ámbito de la psicología este comportamiento se explica según la teoría de la “conformidad social”. Esta teoría sugiere que los seres humanos a menudo les cuesta actuar de una forma contraria a la tendencia del grupo; a lo que piensan que quieren los demás.
En el ámbito de la empresa esta historia se utiliza para analizar la gestión del acuerdo. En realidad, todos están de acuerdo pero no comunican sus sentimientos y acaban negando el acuerdo que no saben que existe entre ellos. Ésta es la gran paradoja: la falta de correspondencia entre la versión privada y la versión pública de la realidad.
Esta historia pone de manifiesto algunos de los problemas y de las interferencias que suelen darse en la comunicación. Aquí tenéis algunas de ellas:
Interpretar y hacer presuposiciones: Todos los miembros de la familia de Coleman presuponen. Ésta es una de las principales trampas de la comunicación. Emitir conclusiones a partir de nuestras presuposiciones sobre las que creemos que son las intenciones y deseos del otro.
Atraparse en los miedos y las fantasías negativas. Con la mente llena de pensamientos negativos sobre lo que podría suceder si manifestasen sus deseos y opiniones, los individuos actúan muy conservadoramente como grupo. Evitan correr riesgos y por eso no dicen lo que piensan abiertamente. El miedo a sentirse aislado y/o la censura les lleva a decir sí, cuando en realidad quieren decir NO.
La necesidad de aprobación. Ésta es una de las razones que nos lleva a silenciar nuestros propios deseos y opiniones. Para evitar la desaprobación y por complacer a los demás estamos dispuestos a hacernos autosabotaje. Poco importa que no dispongamos de la información necesaria para saber cuáles son los auténticos pensamientos e intenciones del resto del grupo.
Hoy en día en las organizaciones americanas, cuando se hace una reunión y hay dudas sobre los acuerdos alcanzados, alguien suele preguntar: ¿realmente es así, o nos vamos a ir de viaje a Abilene? Ésta es la pregunta clave para determinar si la decisión es un deseo legítimo de los miembros del grupo o es simplemente un resultado de este “pensamiento de grupo”.
¿Qué hacer entonces para no tener que viajar a Abilene?
En primer lugar, adoptar un comportamiento asertivo y decir lo que piensas, para no traicionarte a ti mism@. Hacer cosas que no deseamos nos hace sentir infelices porque una vez tomada la decisión nos cuesta entender por qué no hemos sido capaces de decir que no. Recuerda que hay muchas técnicas para mostrar desacuerdo sin ser desagradable.
En segundo lugar, escuchar de verdad. Este tipo de escucha no significa adivinar o presuponer sino saber exactamente qué piensan y qué quieren los otros. Nuestra idea de lo que piensan los demás debe quedarse en la categoría de hipótesis. Y las hipótesis están para ser contrastadas. Para ello es preciso equilibrar la defensa de nuestros intereses y la curiosidad genuina por descubrir las opiniones de nuestros interlocutores. En el caso de nuestra familia modelo, el suegro podría haber tratado de descubrir los auténticos deseos de sus familiares, preguntándoles directamente qué estaban pensando y revelando por qué estaba haciendo la sugerencia de ir a Abilene.
En tercer lugar, combatir nuestros temores y pensamientos deformados sobre las consecuencias futuras de nuestras acciones. Los demás no van a dejar de querernos porque digamos que no y tampoco nos van a echar del trabajo porque discrepemos de la opinión de la mayoría en una reunión. Cuestionar estas creencias es el primer paso para abrirse al diálogo y poder alcanzar acuerdos que estén verdaderamente alineados con los intereses de la mayoría.
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